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  • Foto del escritorJeremías Olmedo

La marioneta del mal


Tras décadas de sequía democrática en Chile, luego del aplastamiento casi total de las civilizaciones indígenas en toda América en manos de la corona española y, posteriormente, de la aristocracia criolla, el país se vio enfrentado a varios proyectos políticos que buscaban modificar el modelo totalitario de la hegemonía capitalista. Uno de esos proyectos, probablemente, representaba el mayor grado de renovación. Liderado por Salvador Allende, la Unidad Popular intentó refundar las bases del sistema patronal e insertar una sociedad más justa e igualitaria. Desafortunadamente, la alianza articulada para llevar adelante esta causa noble se entorpeció con la participación activa del conglomerado socialista, y esta mal formación detonó una de las causales originarias del fracaso durante todo el proceso. La doctrina socialista, ya bastante conocida para esas alturas, alejó cualquier visión de cambio próspero en Chile, despertando la reacción inmediata de las organizaciones oligárquicas en el mundo. Es entonces donde Estados Unidos, cabecilla del imperio del Capital, comienza a gestar una conspiración estratégica en toda Latinoamérica para desarraigar cualquier intento de democratización social, a través de distintas dictaduras sádicas y horrorosas. Es el comienzo del absolutismo neoliberal, donde todo aquel que tuviera un pensamiento diferente, puro y benevolente, instantáneamente se convertía en “marxista”. Una campaña del terror que logró incubarse en el inconciente ciudadano incluso hasta el día de hoy, y que aprovecha la debilidad intelectual de las masas, mas su profunda ignorancia engendrada de una educación clasista, para instaurar la división, el miedo y el odio entre las personas. Sin haber tenido jamás en cuenta que siempre se trató del mismo enemigo (Socialismo y Capitalismo como ejes del Estado dictatorial).


En Chile, particularmente, la sedición capitalista programada desde la CIA (organización internacional del terrorismo), se ejecutó en coordinación directa con la elite burguesa de la época, conformada por reaccionarios, millonarios, empresarios fundamentalistas y políticos conservadores, quienes elaboraron el boicot definitivo del proyecto mal encaminado de democratización impulsado por Salvador Allende. Esta maquinación destruye la paz, inicia una fórmula sistemática de posicionamiento y anulación humana, hasta cometer los crímenes más abominables y aberrantes conocidos por la Historia, como la ejecución arbitraria, la tortura y la desaparición desfachatada de miles de víctimas. Y a partir de un montaje de inestabilidad caótica, la dictadura capitalista se apodera desde entonces de todo el país en manos del sicario elegido por la asociación criminal aristocrática: Augusto Pinochet.


Pinochet, a diferencia de muchos dictadores en el mundo, carece de liderazgo, inteligencia, potencial y visión militar. Es un súbdito rastrero del poder imperante, que logra sus escaladas arribistas por medio de la hipocresía y la traición. Son estas, precisamente, las características que la oligarquía chilena considera ventajosas para cumplir sus cometidos de colonización estatal. La ambición desmedida de un ejecutador genocida favorecía las aspiraciones de una dominación completa y rápida. Dirigen los pasos del dictador hasta el momento crítico del atentado contra la casa de Gobierno en 1973, “La Moneda” y, posteriormente, sin ningún ápice de culpa ni de honor, sólo se limita a disfrutar de sus privilegios mientras el tirano ya había sido desatado.


Durante muchos años el país sufre las consecuencias malignas de los instintos retorcidos de Pinochet, amparados y alimentados por una red de jóvenes manipulados en torno a nuevas alianzas políticas (La más conocida hoy en día se llama Unión Demócrata Independiente, creada por Jaime Guzmán). Además de grupos operativos desde las sombras, sustentados desde el fascismo nazi y el franquismo europeo. Terminan por hundir a la sociedad en una de las enfermedades más devastadoras del capitalismo sudamericano, y convertir a Chile en uno de los países más neoliberales de la región; encausándolo, por consiguiente, hacia la miseria y la destrucción.


La perversión seguiría reinando en Chile durante los años 90, cuando el pacto de una nueva organización antidemocrática se reúne junto a la oligarquía y Pinochet, formando así la Concertación que hoy conocemos como Nueva Mayoría. La continuidad hegemónica del modelo neoliberal que alcanzó a envenenar la economía, la cultura, la salud y la educación.


Haciéndose costumbre la profanación de la Libertad, la tiranía del Capital se hereda de una marioneta a otra y provoca una escalada continua de injusticia. Y es aquí, en el intento de la consolidación capitalista que sigue atacando al mundo y a Chile en pleno año 2016, donde debemos reflexionar y comprender que la figura de Augusto Pinochet no es exclusiva ni totalmente preponderante al momento de responsabilizar la criminalidad de los acontecimientos. Pinochet, como los líderes de la Nueva Mayoría, sólo representa una marioneta, un robot del siniestro poder neoliberal, y mientras la formación moral de la población no sea corregida ni las Fuerzas Armadas educadas y democratizadas, siempre existirá el riesgo de que el capitalismo encuentre un nuevo mensajero del mal.


Las puertas están abiertas. El camino hacia una liberación indispensable se forja de manera profunda y global en el planeta. El anhelo de sobrevivir a la masacre imperialista y elevar a la especie humana hacia el desarrollo evolutivo depende de cada una de nuestras voluntades pues, la Democracia, se lleva a la práctica desde nuestros núcleos sociales más cercanos y nosotros, sólo nosotros, tenemos la facultad de hacerla realidad.

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