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  • Foto del escritorJeremías Olmedo

Hitler no tenía razón


La figura de Adolf Hitler y su representación política, cada cierto período de tiempo, deben ser necesariamente revisadas para comprender de forma más acabada la magnitud de su trascendencia histórica en el mundo. En efecto, su causa y sus métodos transformaron los paradigmas de la especie humana para siempre. Hasta el punto de cobrar presencia en nuestras vidas cotidianas, sin que nos lleguemos a dar cuenta.


El Nacional Socialismo, mucho más que el viejo marxismo y su antecesor comunismo de matices americanos y orientales, ha sido, hasta el momento, la fuerza social que ha estado más cerca de derrocar los cimientos del régimen capitalista en occidente. Durante la existencia del Estado Nazi en Alemania, la economía, la cultura y la educación rediseñada por Hitler ofrecieron al planeta una alternativa convincente y eficaz para el surgimiento de un nuevo orden mundial que lograría romper las cadenas del yugo hegemónico. Como bien describe el mismo führer en diversos discursos ante trabajadores y miembros del partido, la democracia impuesta por las repúblicas europeas y norteamericanas no hacían más que esconder su verdadero rostro totalitario bajo una máscara perfectamente diseñada, que hoy nos parece descarada pero que, sin embargo y contextualizando la época en cuestión, resultaba toda una revelación innovadora. El descubrimiento de que los pueblos, bajo ninguna circunstancia eran los dirigentes del poder, sino un grupo selecto que, siendo dueños de las fábricas, los estamentos estatales y los medios de comunicación, elaboraban a su manipulador antojo la organización de sus perversas “democracias” para dividir, en un polo, enormes e impensadas acumulaciones de riqueza y, por el otro, un igual desmedido fenómeno de miseria. Recalcando que todas aquellas fuerzas que pudieran disponerse a ofrecer resistencia a este sistema fracasado y destructivo, serían perseguidos incluso con el amparo de la ley.


Esta nueva política y economía alemanas, bien sabemos, fueron completamente derrumbadas durante el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial, donde, prácticamente, todos los recursos disponibles por el tercer reich fueron ocupados para defenderse del enemigo. Un enemigo similar, tan parecido que ni el propio Adolf Hitler llegó a percatarse. Un enemigo autoritario, embaucador, depredador, que carecía de todo razonamiento moral con el propósito de concretar sus objetivos colonizadores y demostrándolo en innumerables oportunidades de este conflicto bélico. Cometiendo el genocidio de Hiroshima y Nagasaki, las violaciones masivas de mujeres alemanas luego de la caída Nazi, el levantamientos de campos de concentración en Estados Unidos, Inglaterra y la Unión Soviética para prisioneros japoneses, koreanos, vietnamitas y alemanes. Y prolongando su obra criminal hasta el paso de la actualidad, donde, por ejemplo, se imparte en Estados Unidos el adoctrinamiento militar para las fuerzas armadas latinoamericanas con el afán de ejercer la enseñanza de aplicación de opresión y sesiones de tortura estrictamente esquematizadas. Donde los Derechos Humanos se profanan de manera sistemática en su planificación formal e informal, ya sea dentro de cárceles, hospitales, centros policiales, empresas, micro y macro mafias, por sólo nombrar algunas. Donde la libertad de expresión siempre funciona en “medida de lo posible”. Donde operaciones terroristas tan longevas como la CIA se potencian y multiplican cada año; y donde la paz significa, frente a todos los casos, un negocio completamente inviable para su supervivencia caótica, ya que las armas representa uno de los ingresos más altos de su Capital.


El único error que cometió Hitler, además de perder el control de la situación dominado por su fanatismo y arrogancia, fue pensar que el enemigo se encarnaba en la figura del judío. Este mecanismo de guerra y revuelta es recurrente para reunir aliados que acaben por representarse ante el mismo sentimiento de odio e identificar el mismo blanco. Lo utilizan todos los grandes Estados del mundo en el pasado y el presente, tales como el Islamismo con el arquetipo occidental, el neoliberalismo con el modelo marxista, el marxismo con la clase burguesa, la república con la ideología anarquista, por mencionar los más reconocidos. Lo que engendra, como resultado ciertamente planificado, justamente desde la fachada de una unidad fugaz, profundas y prolongadas divisiones y conformar una estructura capitalista indestructible. En el caso del Nacional Socialismo, predominantemente de capital racial.


No se trata, pues, de intercambiar una variante de tiranía capitalista por otra más o menos mejor disfrazada, como ha sucedido a lo largo de la Historia humana y como pretende seguir ocurriendo a través de majaderas neoideologías. El Capital, valiéndose de su habilidad mutante, tomará forma de sentimiento, de idea, de persona, de dinero, de Gobierno y elegirá un enemigo único y diferente, según corresponda cada caso.


El capitalismo es parte de la naturaleza humana. Toda religión, toda raza, toda ideología, todo Estado, todo individuo lleva en su adn la infección del Capital, y esta enfermedad congénita sólo puede sanarse mediante una limpieza profunda en la composición mental, espiritual y corporal en las directrices de nuestra educación y que, en el valor de la práctica genere el único modo viable de organización social para garantizar la paz, el desarrollo sustentable y la unidad definitiva: La Democracia.

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