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  • Foto del escritorJeremías Olmedo

Caretas del Imperio


Estamos en pleno auge del despertar de las conciencias y el fruto jugoso de una nueva perspectiva universal que facilitará a la especie humana su supervivencia en el cosmos. Las sociedades ya se han enterado de los orígenes más recónditos del terrible mal Capitalista y sus oscuras secuelas repartidas por tantas generaciones profanadas a través su veneno deplorable.


Las teorías de una acelerada evolución, tras la obertura de nuestra nueva era, transmutan a las manos y las piernas que la ensalzan como una obra maestra en una operación perfectamente colectiva. Es necesario, sin embargo, detenernos en dos focos peligrosos que, si olvidamos conocer en profundidad y revelar ante los ojos del mundo con suma claridad, sin duda llegará a entorpecer nuestra labor purificadora.


En primera instancia, debemos dejar al descubierto dos grandes corrientes históricas que, durante grandes períodos de la antigüedad y modernidad, alcanzaron la forma propicia, en el momento adecuado, por medio de herramientas diversas, en su afán efectivo de manipular el raciocinio individual y social de las comunidades dentro del planeta. Entre ellas, probablemente la más antigua sea la Anarquía. Un movimiento amplio y estrictamente dogmático que estructuró sus bases desde el intelecto y la pluma de importantes pensadores de nuestra Literatura.


La evidencia de que nunca nadie llegó a reflejar tal estructura como sistema de vida cotidiano no tiene discusión. Ese es un hecho irrefutable. Pero más importante todavía es comprender que sus postulados técnicos también carecen de sentido lógico, para su propia consecuencia y consistencia de argumentación. Aquel rumbo incierto llevó a esta visión política hacia un hundimiento prematuro, con vagos intentos desesperados de ensuciar el verdadero significado de la Libertad, como tantas otras ramificaciones del imperio Capitalista también lo han conseguido.


Colgados a cualquier tipo de Estado y sus recursos de manera caótica, la anarquía consolida su espontaneidad en términos más bien conductuales y emocionales. Encuentra su base en un individualismo violento y segregador, altamente personalizado y alejado de manera brutal del bien común; marcando una larga y estrecha línea divisoria entre sus semejantes se transforma, contra sus propios pronósticos, en un Estado en sí. Un tipo de orden del desorden y viceversa, en cuanto sus múltiples debilidades de nuestro comportamiento se traducen en las obras más ordinarias vinculadas al Capital , destruyendo toda relación coherentemente democrática, sometidos al materialismo avasallador y sus consecuencias consumistas hasta renegar su conceptualización general hacia un abismo interminable de espejismos inútiles e, incluso, mentiras altamente planificadas.


La Anarquía, por lo tanto, establece a sí misma sus propias limitaciones ideológicas y aleja a nuestra especie de un cause auténtico y moral, donde la conservación de la paz se vuelve dramáticamente imposible. Hasta el punto de contribuir en forma directa con la total extinción de los hombres.


Para el caso de la ideología Socialista es aún más concreto. Su organización capitalista es más fácil y rápida de identificar.


Con los clásicos métodos de la manipulación y la barbarie, las doctrinas comunistas han instaurado en la sociedad, hasta el día de hoy, una forzada distribución equitativa del Capital; por supuesto, también exclusivamente dentro de un marco teórico, ya que en la práctica tampoco logró establecerse como sistema viable y conciliable. La conveniencia embaucadora de sus líderes los apartaron de todo postulado igualitario impulsado por ellos mismos, acomodándose junto a los estilos de convivencia más lujosos de sus respectivas naciones. Arrastrando, como consecuencia, el mismo comportamiento hipócrita entre sus más jóvenes militantes.


Como en el caso de la Anarquía, la consolidación Socialista tampoco puede sobrevivir bajo una solitaria y mera perspectiva de ideas. Pues sus programas de dirigencia son minuciosamente elaborados y con asombrosas escalas de ingenio pero, al fin y al cabo, falsos. Una institucionalidad repetida, un arquetipo fracasado, un mito sobreexplotado y centenares de veces mal interpretado; pues su matriz más arraigada de comportamiento social está estrechamente interconectado con las direcciones más neoliberales de cualquier Estado. Valiéndose y sosteniéndose exactamente del mismo Capital, en su fondo más recóndito y su forma más descarada, sin acercarse si quiera a intentar erradicarlo. Revelándose a través de un desenlace inevitablemente semejante al de los peores Estados fascistas y como seguramente, sea como consecuencia u origen, también lo haría cualquiera de los otros modelos capitalistas.


Parecería un callejón sin salida, un nudo trabado, un círculo interminable de mentiras, injusticias y miserias que obnubilan y desalientan a millones de seres humanos entre los fuertes oleajes del siglo XXI. De donde, aparentemente, no podría existir escapatoria. Con toneladas de informaciones manipuladas y pervertidas por un sistema que, bien sabemos, no estará dispuesto a renunciar en su empresa de destrucción masiva fácilmente; quizás nunca. Con tantos discursos reiterativos de promesas disfrazadas con los vestidos de retoques ridículos, generaciones sucesivas y de épocas alternadas. Ya pocos volverían a creer.


Y tampoco podemos retroceder. Resulta inconcebible renunciar. Sumirnos en la cobardía de simplemente compadecernos ante los hechos de nuestra autoaniquilación, sin haber entregado aún la última brisa de aliento que nos conduzca a construir la democracia efectiva entre todas las especies del Universo.


Sin la pertenencia de nada seremos dueños de todo, y cada ser ocupará el lugar que elija y le corresponda, sin la censura ni posicionamiento de otros con más o menos adjudicación de posibles poderes, y donde la clasificación condenatoria de los roles impuestos por el imperio del Capital humano ya no logre volver a dividir a nuestra manada.


La madre tierra abrirá camino, en él descubriremos y potenciaremos nuestros grandes conocimientos, talentos y fortalezas. Sin dejar de contar nunca con la protección leal de un decidido Ejército, de honor incorruptible, que avance junto a los pasos del verdadero progreso.


Entonces las ciudades serán islas desiertas, abandonadas y oscuras, donde aquellos que prefieran morir bajo su sobra también tendrán el derecho de ejercerlo. Nadie los detendrá. Pero los movimientos a favor del futuro y la conservación de nuestra Historia se arrimarán de una vez por todas a las manos de los que amamos la libertad.

Es el único camino.

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