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  • Foto del escritorJeremías Olmedo

Catástrofe Política


La sociedad chilena no alcanzó el umbral del hastío hacia la política en sí misma, sino hacia la mala política. Una palpable muestra de aquello resulta la enorme participación ciudadana transversal que se ha conformado desde las movilizaciones de octubre del año 2019 en cada una de las aristas de la instauración de la Democracia por primera vez en nuestra Historia.


Bastaría, en todo caso, señalar que el gran escenario para la organización y realización social de cualquier grupo humano, reside precisamente en la lupa del orden político. Es bajo esta administración que los ejes de un pueblo transitan en torno a la evolución y el desarrollo; presente en los canales de comunicación, educación, salud, entretención y comunidad en general. Incluso soportando los contextos antónimos de la paz y la guerra.


En términos más claros, el solo hecho de que dos amigos se encuentren en un bar para acompañarse, o que una familia se siente a la mesa para compartir una cena festiva, o que una pareja de recién casados modele su convivencia cotidiana, conlleva automáticamente un ejercicio político.


La coexistencia entre los diferentes individuos se entrelaza desde esta perspectiva práctica y elemental.


El nudo que debemos desatar, entonces, se aplica al cómo, dónde y por qué tiene un significado tan importante transformar esta herramienta intercultural.


Las elecciones de constituyentes para conformar nuestra nueva carta magna es un ejemplo inequívoco al respecto ya que, como la mayoría nos hemos percatado, sus candidatos representan exactamente el mismo esquema piramidal y totalitario que ha gobernado el país luego del proceso de “independización” de la corona española. Es la élite mediática, compuesta por personajes de la televisión, radio y periódicos, parentelas de altos cargos administrativos, líderes de macroempresas y ciertos tumores ultra fascistas quienes, abrumados por la desesperación de extraviar el poder, hoy caen en la vulgar desfachatez de autoproclamarse como “demócratas” y compatriotas comunes.


Para neutralizar este objetivo de impuesta perpetuidad del sistema Neoliberal, son dos principales e inmediatos caminos los que debemos atravesar.


El primero de ellos consiste en recolectar la mayor cantidad posible de información referente a la coordinación electoral (siempre alerta ante posibles trampas y fraudes) y, junto con esto, de los propios candidatos. Investigar a fondo qué personajes rodean la configuración de estas opciones, qué antecedentes los preceden, cuáles son sus métodos y planes de trabajo, qué tipo de lenguaje utilizan en sus campañas discursivas y si existe en cada uno de ellos presuntos vínculos, directos o indirectos, con algún organismo del Estado. Descartando, por supuesto, a aquellos apadrinados por partidos políticos y evitando confiarse por los nombres independientes (muchas de las voces independientes mantienen relaciones, directas o indirectas, con agentes del Estado Neoliberal).


El segundo y más preponderante, se enfoca hacia la mantención y reforzamiento de la rebelión popular. Esto quiere decir que, bajo ninguna circunstancia, debemos abandonar el uso de nuestras facultades dirigentes y fiscalizadoras durante todo el período de refundación estatal. Es preciso aumentar la cantidad de huelgas, marchas y protestas; potenciar liderazgos renovados y originales, resistir los operativos de represión y censura, viralizar los medios de información alternativos; desmentir a los canales de comunicación tradicionales; organizar asambleas inclusivas; despertar nuevas sumas de conciencia; estudiar los viejos y actuales estatutos para crear los del futuro; debatir entre los círculos sociales y democratizar a las Fuerzas Armadas en la profundidad de su columna vertebral.


El clima nos favorece, pero no debemos olvidar que los monarcas de la tiranía son tan capaces como inteligentes, por lo que bajar nuestra guardia seguramente acabaría en un desenlace fatal.


Debemos vencerlos con sus propias reglas, con sus propias leyes, para continuar arrebatándoles terreno y así adoptar las nuestras. La victoria, de este modo, será más limpia y contundente.


Tampoco debemos menospreciar la obra titánica que se arrima en nuestras manos, pues no se trata únicamente de reconstruir una nación, sino de ejecutar un renacer de toda una civilización global en su comportamiento biológico, religioso, político, económico e histórico.


Es cambiar el mundo, pero en la vida real. Una vida más real que nunca.

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